En 1865, la Ciudad de México fue víctima de los terribles efectos de una serie de inundaciones cuyas repercusiones fueron resentidas por el grueso de los capitalinos al año siguiente. En el presente escrito propongo entender a las mismas como desastres sociales toda vez que dichas anegaciones fueron resultado no sólo de una manifestación natural, sino también de una serie de acciones sociales que contribuyeron al agravamiento del susodicho problema que ha venido acompañando a la capital del país desde su constitución
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